Cada época tiene sus monstruos. Cada uno de ellos encarna sus miedos, deseos e incertidumbres. Hay algunos que aparecen en más de un periodo y contexto cultural, como los vampiros, los cuales aún siguen alimentándose de nuestra imaginación para subsistir. Muchas veces la histeria ha hecho creer que estos seres pueden encarnarse en cualquier ciudadano singular, como en la edad media o como en la época del puritanismo estadounidense con las cacerías de brujas, lo que ocasionó la muerte y la tortura de miles de personas. En la actualidad, uno de los monstruos que más aceptación tiene es el decadente muerto “viviente”.
El vampiro. Philip Burne - Jones. |
Desde hace unos años, la ciencia nos viene advirtiendo que el mundo afrontará una serie de cambios que causarán una serie de daños a la humanidad. Dejemos de lado por un momento nuestro escepticismo auto-conservador (el que nos dice que en el fondo nada sucederá porque somos humanos y algo o alguna idea o circunstancia nos salvará) e imaginemos cómo podría ser la era de la devastación. Inundaciones, temblores, nuevas y resistentes enfermedades, macabros insectos y pestes, en suma, el apocalipsis o revelación de un mundo caótico. Pensemos ahora en cómo sería la conducta humana en estos casos, llevada a un grado máximo de desesperación y sin las reglas sociales de urbanidad o la ley como para poder moderar el egoísmo. Quizá nos volveríamos seres amorales, con solo un propósito: calmar nuestra hambre y protegernos de la muerte. Seríamos similares a aquellos padres de la antigüedad que renegaron de sus hijos y aquellos hijos que a su vez lo hicieron de sus padres, para evitar el contagio de la peste. En suma, compartiríamos una característica con los muertos vivos: la irracionalidad absoluta y la necesidad primaria de sobrevivir.
Una perspectiva escatológica es justamente la que nos propone la serie The Walking Dead, la cual nos muestra a un grupo de personas tratando de sobrevivir en una era en donde la civilización, los servicios, la comunicación y la globalización son elementos de un pasado recordado con añoranza. Como es de suponer, el liderazgo del grupo es tomado por aquel que reúne la fuerza física y la capacidad estratégica necesarias para comandar al grupo. Se forma entonces una pequeña sociedad nuclear, con todas sus taras y problemas. Poco importa que los muertos acechen el campamento: la envidia, la lujuria, la histeria y la violencia no dejan de avivar los corazones generando tensión y la convicción en los más débiles que los vivos pueden ser tan peligrosos como los muertos. Esta tensión es mostrada en cada capítulo, mostrándonos que en ocasiones el mayor enemigo del hombre es el hombre y que nuestra verdadera “esencia” es inestable y condicionada por nuestras necesidades primarias. Este constante vértigo podría ser considerado también como una metáfora de nuestro mundo individualista en donde las corporaciones, verdaderos entes poderosos, amorales y deshumanizados, operan en función de obtener mayores ganancias aún a costa de destruir la calidad de vida de millones de personas.
Como vemos, esta serie nos recuerda que todas nuestras creaciones y ciencias son tan frágiles como el polvo y este es quizá su principal encanto y el de todas las películas y series del género. También nos permite imaginar cómo podría ser la vida sin todas nuestras instituciones, sin siquiera el tiempo como se sugiere en uno de los capítulos. Además, nos ayuda a visualizar cómo sería un mundo de sobrevivientes en estas circunstancias, con todos sus matices de horror y de soledad. Por último, nos invita a establecer una analogía entre los muertos vivientes y los hombres, ambos ávidos de colmar sus deseos, aún a costa de devorar a sus semejantes.
Saludos,
Natalia.
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