Mientras paseaba mi mirada por la vía expresa, en el ya famoso Metropolitano, pensé en las inmensas ganas que tenía de quedarme en casa en medio de las sábanas, sin pensar y sin sentir. Sin embargo, ya estaba ahí, me dije y sin muchas esperanzas bajé junto a mi amigo en una calle del centro. Ya en él, mi espíritu se alegró ante la contemplación de su sórdida belleza, belleza nostálgica que exclama en cada pared desconchada, en cada techo abandonado y en cada columna antigua, su elegante –y perdido- esplendor. Caminamos algunas cuadras y llegamos a la casa San Marcos. Ya conozco este lugar, le dije a mi pobre anfitrión, he venido antes y me ha gustado mucho. Con una paciencia infinita, éste me dijo que esperara y me llevó al Museo de Arte Contemporáneo San Marcos.
Museo de Arte Contemporáneo San Marcos
Museo de Arte Contemporáneo San Marcos
Cuando entré al Museo, la sorpresa inundó mi rostro. No imaginé que esa Casona albergara todas aquellas muestras de nuestra imaginación, frustración e ideales a partir de los años sesenta, de una forma tan sutil y organizada. Observé obras de Tilsa Tsuchiya, José Sabogal, Tito Monzón, Herman Piscoya, entre otros. En ellas, percibí que la crítica social fue un elemento que siempre estuvo presente en nuestra arte, especialmente en la época del terror, que la nostalgia y la sed de reivindicación de nuestro pasado ha inspirado a más de un artista, que la abstracción no es patrimonio único del arte europeo y que los colores pintorescos y atrevidos y la sensualidad de nuestro pueblo también pueden producir arte de calidad. Creo que pronto volveré a visitar este museo, pues sin duda, en él hay mucho más por descubrir.
Cuadro de Tito Monzón |
Panteón de los próceres
Salí del museo muy contenta y con ganas de dormir. Sin embargo, al pasar por la iglesia de San Carlos y mirar a través de su puerta no pude evitar las ganas de entrar y conocerla. Son solo dos soles, yo invito, le dije a mi amigo. Creo que al final, él terminó pagando porque al abrir mi billetera no encontré efectivo. En fin, entramos sin tener la menor idea de lo que íbamos a ver y valió la pena.
Cuando dimos los primeros pasos nos dimos cuenta que la iglesia estaba llena de los bustos de los próceres y precursores de nuestra independencia. No sé si todos aquellos bustos miraban al infinito o a los visitantes pero me emocionaron un poco, llegando mi devoción a su grado máximo cuando vi los bustos de José Olaya, de Túpac Amaru II y de Micaela Bastidas.
Cerca a ellos, leímos una heroica placa en la que aparece una lista de mujeres que fueron desterradas a México y obligadas a caminar descalzas en pésimas condiciones desde Cuzco hasta el puerto del Callao por haber sido fieles a la causa revolucionaria. De las 75 mujeres que partieron del Cuzco, sólo lograron llegar al puerto con vida unas 15.
Un poco sin querer, descubrimos la hermosa cúpula de la iglesia. En ella, cuatro bellas y míticas mujeres rinden homenaje a los héroes a través de misteriosos gestos. Luego, observamos un delicado vitral en cuyo centro una extática y entrañable Isabel Flores de Oliva, respiraba el perfume de sus rosas.
Vitral de Isabel |
Sin embargo, la parte más solemne aún no comenzaba. En efecto, en la parte inferior de la iglesia, aún nos esperaba el mausoleo de aquel que abolió la esclavitud y el tributo indígena en nuestro país, el gran Ramón Castilla. Toqué muchas veces el mármol, como intentando recibir su sabiduría. También se encontraban los restos de José Bernardo Alcedo, José de la Torre Ugarte, José Faustino Sánchez Carrión, Hipólito Unanue y muchos más próceres de nuestra independencia.
Ya de regreso en el Metropolitano, una increíble sensación de alegría me recorrió. Mas como siempre, la realidad se encargó de quitarme la sonrisa: cuando llegamos al parque Kennedy, mi amigo se fue a tomar fotos a los heroicos participantes del Zoombie Walk. ¿Para esto murió Túpac Amaru?, pensé mientras sentía el viento de la tarde y el movimiento de los "zoombies".
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