Aquel cadáver que plantaste el pasado año en tu jardín,
¿ha comenzado a retoñar?¿florecerá este año?
T.S. Eliot
La Tierra Baldía
Cuando llegué al museo Larco pude respirar al fin en paz: minutos antes, mi agenda se me había caído del carro siendo atropellada por un automóvil y me había pasado como seis cuadras de mi destino. Felizmente, el cobrador del nuevo bus me ayudó a ubicarme, por lo que dándole las gracias me bajé en la esquina de una solemne construcción que era nada más y nada menos que el museo Larco. Grande fue mi alegría cuando descubrí que frente a él había una hermosa y tranquila plazuela en donde me senté a retozar un rato, rodeada de flores, de una pileta y de la estatua de Rafael Larco.
Dicha plaza fue la antesala para mi ingreso al museo. Con los bolsillos llenos de objetos innecesarios y con el alma aún inerme, logré entrar a sus primeras galerías, en donde me enteré que el Perú, junto a otros lugares como la China o Mesopotamia, fue una de las seis regiones en donde apareció la cultura de forma independiente. Esta información bastó para que olvidara mis situaciones pasadas y para que reflexionara sobre el milagro de la generación “espontánea” de la cultura, es decir, sobre el misterio que envuelve el surgimiento de manifestaciones espirituales, técnicas y artísticas de gran relevancia e identidad propia a partir de una fórmula tan básica como un buen clima y un puñado de personas.
Luego de procesar esta información, analicé con gran atención los huacos de culturas como la Nazca, la Cupisnique y la Huari en sus distintos grados de evolución. Me quedé arrobada viendo estos ceramios, en donde se sucedían imágenes de la vida cotidiana y de la pasión por la sangre que tenían nuestros antecesores expresado en las cabezas trofeo y en las imágenes de los sacrificados. Sin embargo, el momento en que experimenté mayor éxtasis fue aquel en el que pude admirar la plasticidad y maestría de los huacos mochica, a través de representaciones tan sencillas como las de un venado alimentándose del pecho de su madre o las de un rostro en actitud solemne.
Ya en la galería de los objetos de metal, comprendí la importancia que tenían el oro, la plata y los metales en general en la vida de los antiguos peruanos. El brillo que estos aportaban a las orejeras, las narigueras, los vasos, los collares y los ajuares era semejante al de los dioses lunares y solares. Dicha semejanza era empleada por los nobles para convencer al pueblo de su riqueza, poder y vinculación con las divinidades. Como es de suponer, los ricos monopolizaron la distribución de estos bienes e impidieron que llegaran a las manos del pueblo, perpetuando de esta forma su dominación.
Plato decorado con cormoranes. |
En las salas dedicadas a la religión, intuí que la relación de mis antepasados con la muerte era intensa y estaba presente en todas las etapas de la vida. Por ejemplo, la caza, la libación de la chicha y la guerra eran formas que tenían los vivos de conectarse con el mundo de arriba, de animar el espíritu y de agradar a los dioses. Por su parte, un entierro generoso con sendas riquezas, era la forma en la que el muerto podía pasar a su nueva vida y convertirse en un ancestro protector de su pueblo.
Igualmente, en las salas dedicadas a los sacrificios, pude entender el ardor por la sangre de nuestros antepasados. La crueldad con la que eran tratados los sacrificados, la tortura, la sed de sangre y la necesidad y celebración de la inmolación, no eran más que medios para algo sagrado y puro: la conexión con los dioses, el renacimiento de la vida y el restablecimiento del orden terrenal.
Sacrificio |
Cuando llegué a la sala de cuadros posteriores a la Conquista, me llené de indignación. En ella comprendí que los españoles supieron aprovechar muy bien nuestras creencias e ideología para imponer su barbarie. Basta con observar, para comprobarlo, un cuadro que muestra la “genealogía” de los incas en cuya parte superior se encuentra Atahualpa y en cuya parte final se encuentran nada menos que los reyes españoles como si fueran sus legítimos sucesores. En esta sala también se puede apreciar un cuadro de Manco Inca con su escudo de armas en el reverso. Alrededor del año 1700, la abatida nobleza inca tuvo que adoptar medios españoles para reafirmar su status y hacer frente a las leyes Borbónicas que tenían como fin quitarles sus derechos e identidad.
Mención aparte merece la llamada “sala erótica” ubicada en la parte inferior del museo. Al entrar en ella una sabia pared me advirtió que debía olvidar todos mis parámetros occidentales y percibir a los huacos no como objetos necesariamente ligados al erotismo sino también a la religión, al humor, a la moral y a la belleza en general.
Ai -apaec y mujer en unión sexual. |
En dicha sala, yacen tranquilos una serie huacos de seres humanos mostrando sus genitales o teniendo relaciones sexuales (no necesariamente vinculadas a la procreación). Asimismo, reposan las representaciones de la cópula entre una mujer y un dios, cuyo producto era un fruto vital para la agricultura. Pero sin duda, los huacos que disfrutan más de su estadía en el museo, son aquellos en donde los muertos danzan al ritmo de la música, tienen relaciones con los vivos o se masturban. Para los antiguos peruanos, los muertos eran “vitales” para la fertilidad y para la vida terrenal, esto se traducía en una vida extraterrenal sexualmente activa no ligada a la reproducción pero sí necesaria para la riqueza de la tierra (los muertos van a la tierra y de la tierra nace el alimento).
En resumen, visitar este museo fue como realizar un viaje en el tiempo a un mundo totalmente distinto, con valores y creencias incomprensibles pero no por eso menos fascinantes. Me alegra saber que llevo en mí la sangre de esos hombres y mujeres que buscaron vivir con intensidad y conectarse con lo divino.
Saludos,
Nat
Descendiente de antiguos peruanos. |
Suena bastante interesante! que pena que no te pude acompañar!!! =/
ResponderEliminarSí Gonzl es MUY interesante, ojalá que me puedas acompañar en otra de mis visitas. :)
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